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La insignia
21 de abril del 2005


La historiografía en el siglo XX (II)*


Carlos Antonio Aguirre Rojas
La Insignia. México, abril del 2005.


Capítulo I

«Hace falta ver las cosas en grande, porque si no,
¿para qué sirve entonces la historia?»
- Fernand Braudel, Carta enviada desde la ciudad de Maguncia
(15 de febrero de 1941)-

Antes de abordar el complejo tema de la caracterización de las curvas esenciales de la historiografía del siglo XX, parece pertinente hacer el esfuerzo de situar a esta última dentro de un horizonte más vasto, que es el de la evolución y el carácter que han tenido los discursos históricos dentro de la mas amplia línea evolutiva de lo que ha sido la modernidad capitalista todavía vigente. Y ello, no para confortarse de manera autocomplaciente con los 'enormes progresos' que habría hecho nuestra disciplina histórica en el último siglo y medio transcurrido, como suelen plantear muchos autores, sino más bien para situar dicho periplo y dichos desarrollos de esa historiografía del siglo XX, tanto desde la actual crisis radical que hoy atraviesan las ciencias sociales e incluso todos los saberes humanos en general, como para ubicar con mas densidad temporal y de una manera realmente crítica a esos desarrollos y a ese periplo en general.

Porque es claro que después de 1968 y hasta la actualidad, resulta evidente el hecho de que el entero "sistema de los saberes" sobre los distintos temas de lo social, que tuvo su periodo de desarrollo y vigencia entre aproximadamente 1870 y esa misma fecha de 1968, ha entrado en una crisis total e irreversible. Ya que luego de haberse constituido en el último tercio del siglo XIX, y de haber desplegado su vigencia durante toda la primera mitad del siglo XX, ese "episteme" particular sobre lo social --que concibió a este último como una suma o agregado de espacios segmentados, distintos y hasta autónomos entre sí, espacios que a su vez correspondían a las distintas e igualmente autónomas ciencias o disciplinas sociales--, comenzó a ser cuestionado progresivamente y a mostrar sus límites epistemológicos generales, para precipitarse definitivamente en una crisis insuperable bajo los impactos fundamentales de la revolución cultural de 1968 (1).

Una crisis general del sistema de los saberes sobre lo social que se ha expresado, en los últimos treinta años, tanto en la proliferación y multiplicación de los limitados proyectos de defender y promover una "multi", "pluri", "trans" o "inter" disciplinariedad --donde, sin embargo, se deja intocado el fundamento mismo de la división del conocimiento social en "disciplinas", fundamento que es el que realmente habría que impugnar y desconstruir radicalmente--, como en las incesantes búsquedas y debates metodológicos que intentan preguntarse acerca de las raíces y la génesis histórica de este peculiar sistema de saberes sociales hoy todavía dominante (2).

Búsquedas y debates que, por lo demás, desbordan ampliamente el ámbito de ese "sistema de los saberes" sobre lo social, para abarcar también al dominio entero del sistema global de los conocimientos y de las ciencias en general, las que también desde hace ya tres décadas han comenzado a revisar tanto las estrategias generales de aproximación hacia el mundo, la naturaleza o la sociedad que las constituyeron, como la organización misma de sus diferenciaciones y especificaciones sucesivas, bajo el régimen de lo que se ha llamado las "dos" y luego las "tres" culturas diversas (3).

Crisis entonces global de lo que podríamos llamar el "episteme" del conocimiento vigente durante los últimos ciento treinta años, que abre entonces el espacio para el debate en torno a la necesaria y urgente reorganización general de nuestras ciencias y de nuestros conocimientos actuales, debate que en el campo de las ciencias sociales se presenta entonces como la revisión radical de ese fundamento que se construyó en la segunda mitad del siglo XIX, y que cuadriculando y autonomizando las distintas esferas, actividades o espacios de lo social-humano, fue atribuyendo esas distintas partes de la cuadricula a las entonces emergentes o renovadas ciencias de la historia, la psicología, la economía, la antropología, la ciencia política, la geografía, el derecho, la sociología o la lingüística, entre varias otras.

Revisión que por lo demás, no sólo se interroga acerca de las raíces y del proceso mismo de esa progresiva segmentación de lo social-humano en distintos "objetos" autónomos, correspondientes a las diversas ciencias sociales contemporáneas, sino también y más allá, acerca de las condiciones generales y las causas más profundas que explican el surgimiento de esta estrategia segmentada y cuadriculada de aproximación a lo social, dentro de la cual aún se encuentra aprisionada nuestra reflexión actual.

Debate y revisión radicales de las "premisas no explicitadas" de nuestros modos de construcción de esas mismas ciencias sociales, que para ser adecuados se ven entonces obligados a remontarse al examen de la relación más general que ha existido y existe entre dichas ciencias sociales y su fundamento general último, es decir, el proyecto mismo de la modernidad burguesa capitalista, de esa modernidad que se despliega desde hace cinco siglos como el marco más general y determinante de esa misma actividad de la ciencia social cuyas modalidades históricas sucesivas intentamos comprender y explicar.

En esta línea, parece pertinente la idea de tratar de revisar como es que se han constituido y evolucionado los distintos discursos históricos fundamentales que ha conocido esta misma modernidad, discursos dentro de la historia que al acompañar y expresar en alguna medida a la curva vital misma de esa modernidad burguesa, nos proporcionan también claves más generales para comprender las correspondientes curvas evolutivas tanto del sistema de los saberes sobre lo social, como del sistema de las ciencias y los conocimientos en general. Con lo cual, tendremos también algunos nuevos elementos para repensar las ciencias sociales actuales y las posibles alternativas de su inmediata futura reorganización.

***

Es sabido que existe un amplio debate en torno al momento en que debe ser ubicado el nacimiento mismo de la modernidad (4). En nuestra opinión, y siguiendo en este punto la concepción de Marx al respecto, podemos datar su origen en el siglo XVI, aunque concibiendo a este último, como explicara Braudel, como un "largo siglo XVI" que se prolonga aproximadamente desde 1450 hasta 1650 (5). Pues es justamente a partir de la amplia difusión del sistema manufacturero capitalista que se da en Europa durante este largo siglo XVI, que comienza a afirmarse también, en los varios planos del tejido social general, tanto las primeras formas características del modo de producción capitalista como las distintas expresiones de la moderna sociedad burguesa en los campos de la sociedad civil, de la política y de la cultura en general.

Y con todo ello, también en el plano de la construcción de los distintos discursos históricos. Ya que si analizamos, desde una perspectiva más vasta de larga duración, a la evolución de estos discursos historiográficos, no nos será difícil reconocer la profunda mutación que ellos han sufrido precisamente después de este largo siglo XVI, y que constituye, frente a los discursos históricos medievales anteriores, a la doble vertiente de indagación de la historia y de elaboración de los resultados historiográficos que va a caracterizar a la modernidad durante toda su primera etapa de vida, desplegada desde el siglo XVII y hasta la primera mitad del siglo XIX.

Así, es al comenzar a afirmarse la nueva sociedad y la nueva cultura burguesas que se afirman las dos modalidades principales del discurso historiográfico moderno burgués: en primer lugar la vertiente de las diversas filosofías de la historia, que desde Vico y hasta Hegel, y pasando por Condorcet, Herder o Kant entre otros, se constituirá en una de las formas recurrentes de aproximación discursiva a los hechos históricos. Y en segundo término, la figura de las diferentes historias empiristas y objetivistas, que desde Mabillon y hasta el positivismo de Leopold von Ranke, va a desplegarse también de modo constante como esquema organizador de los resultados historiográficos.

Dos variantes del discurso histórico, características de esta primera larga etapa de la modernidad, que expresan a su vez dos de los trazos centrales que singularizan a la moderna sociedad burguesa capitalista, distinguiéndola de todas las etapas históricas anteriores de la larga cadena de mundos y sociedades precapitalistas. Pues es bien sabido que, frente a todas estas "sociedades que preceden a la existencia de la era capitalista", y que se caracterizan por el predominio de proyectos, historias e itinerarios siempre locales, específicos y particulares, el capitalismo ha afirmado, por primera vez en la historia humana, un universalismo abstracto y homogeneizador, que corresponde en el plano general al universalismo también nivelador y genérico que en la órbita económica se afirma con la vigencia general del principio del valor y de su autoreproducción.

Ya que es justamente el hecho de que la moderna sociedad capitalista se construye en torno al objetivo de la incesante valorización del valor, a través del proceso de acumulación de capital, el que hace posible y hasta necesaria la ilimitada expansión geográfica planetaria de esta sociedad capitalista (6). Porque dado que el valor es siempre compatible con cualquier valor de uso posible, entonces su afirmación concreta no conoce límites, y la misma puede extenderse a todo lo largo y ancho del mundo, englobando bajo su lógica abstracta y homogeneizante todos los bienes y valores de uso producidos en las más diversas circunstancias, y por ende, a todas las civilizaciones, a todos los pueblos y a todos los grupos y sociedades humanas imaginables.

Con lo cual, es sin duda una conquista histórica de ese capitalismo la construcción de la verdadera red del mercado mundial moderno, y con ella de la base material de una genuina e inicial universalización orgánica de la propia historia humana.

Una universalización necesariamente antitética y desgarrada, que en la práctica se impone como el intento de nivelación y subsunción de todos los pueblos a un solo y particular proyecto civilizatorio (7) --que es sin duda el proyecto europeo occidental en su variante nórdica--, que sin embargo se afirma como un gigantesco paso adelante frente al localismo y limitación de todas las historias precapitalistas antecedentes, historias marcadas por los particularismos religiosos, de sangre, territoriales, de vínculos de dependencia personal o de jerarquías diversas.

De este modo y apoyados en este cosmopolitismo y universalidad abstractos propios de la modernidad capitalista, es que van a edificarse esas distintas filosofías de la historia antes referidas, las que intentando englobar en un sólo panorama a todo ese conjunto de historias locales previas, van a concebir por vez primera a la historia humana como unidad, y por lo tanto, como orgánica y verdadera historia universal. Historia de la humanidad que será vista también como un proceso, y por lo tanto como un conjunto de líneas, de desarrollos y de esfuerzos que aún siendo locales y diversos se encuentran sin embargo, desde esta visión mencionada, como procesos interconectados de una manera teleológica, procesos que marchando de una forma que es quizá inconsciente se despliegan sin embargo, de una manera casi obligada, hacia figuras cada vez mas complejas, bajo una lógica que los ubica siempre como partes especificas de ese mismo proceso global del devenir humano universal.

Filosofías de la historia igualmente universalistas, y recurrentemente abstractas, que en el intento de construir sistemas globales y coherentes para la explicación de ese periplo universal, van a establecer diferentes esquemas, esbozos o frescos generales del itinerario global del género humano. Esquemas que siempre se organizan en torno de uno o de unos cuantos principios globales integradores --la lucha entre la razón y el oscurantismo, la enajenación y reconciliación progresiva de la idea absoluta, la lucha constante entre los principios eternos de la libertad y del autoritarismo, la combinación siempre cambiante de los principios religioso, monárquico o liberal, la recurrencia repetida de los ciclos ya vividos, etc.-- cuyo objetivo es el de dar sentido a esas historias precapitalistas anteriores, en función de una idea particular del progreso, que es concebido como algo lineal, siempre ascendente, general e irrefrenable, progreso que culmina en todos los casos con el advenimiento y afirmación de esa misma sociedad burguesa moderna (8).

Y del mismo modo que el valor engloba bajo su dominio a todo el complejo y diverso mundo de los valores de uso, y que la historia universal capitalista se construye entrecruzando y subsumiendo a su lógica a todas esas historias de pueblos, imperios, razas, grupos y sociedades locales precapitalistas, así las distintas filosofías de la historia de los siglos XVII, XVIII y XIX se presentan también como otros tantos esfuerzos de ordenar todas las historias humanas previamente vividas, en función de ese celebrado y confesamente admirado proyecto histórico específico de la modernidad.

Entonces, si el fundamento último de los discursos historiográficos desplegados bajo esas filosofías de la historia es el carácter universal abstracto de la lógica del valor-capital en movimiento, el fundamento último de la segunda variante de las estrategias histórico discursivas modernas lo constituye, en cambio, una de las principales consecuencias de la propia actualización concreta de ese movimiento y acción del mismo capital: la del dominio limitado de la naturaleza a través del desarrollo y explotación productiva de la nueva ciencia experimental. Porque si bien el valor puede combinarse con cualquier valor de uso, para convertirlo en su propio portador, esa potencialidad sólo se actualiza si se logra romper y superar la herencia de la terrible marca de la escasez natural que caracteriza a todas las sociedades precapitalistas (9). Pues la sociedad del capital, centrada en la progresiva valorización del valor, presupone necesariamente que los productores y las sociedades en su conjunto hayan rebasado ya ampliamente el nivel de la autosubsistencia y el autoconsumo elemental, lo que sólo es posible sobre la base de un cierto desarrollo importante de la productividad del trabajo social.

Por su parte, dicha productividad sólo ha sido posible de alcanzar a partir de que el hombre ha invertido la milenaria y transecular dominación de la naturaleza sobre la sociedad, domesticando a las principales fuerzas naturales y obligándolas a servir como fuerzas productivas del propio capital. Y dicha domesticación tiene precisamente como su estrategia fundamental y palanca de apoyo esencial a la nueva ciencia experimental, que se desarrolla también de modo paralelo con el crecimiento y afirmación progresivas de la modernidad.

Ciencia experimental que aproximándose a la naturaleza de un modo claramente instrumental (10), va a desarrollar el tipo de conocimiento fuertemente orientado por fines esencialmente prácticos que las ciencias naturales han conocido durante los últimos cuatro o cinco siglos de su existencia, conocimiento que intenta construir verdades basadas en la experiencia previa y la experimentación, y que sometiendo siempre a la prueba de los hechos dichas verdades, construye esa noción específica del saber como algo objetivo, empírico, verificable, instrumental y útil en términos pragmáticos y productivos.

Noción nueva del conocimiento científico que no sólo ha hecho posible conocer y dominar a una porción cada día creciente de la naturaleza, sino también y sobre todo emancipar al mundo de lo social de su sometimiento y subsunción dentro de lo natural. Pues una vez más, como explica Marx, la sociedad burguesa es la primera, en toda la historia humana, en la que el elemento social e histórico es dominante sobre el elemento natural, lo que se manifiesta en el hecho de que la ciudad domina por primera vez al campo y la industria a la agricultura, pero también en el proceso radical de desacralización del mundo, en la invención de un marco temporal de carácter básicamente social, en la ruptura total de los límites antropocéntricos de los procesos de trabajo, o en la progresiva domesticación y regulación de los comportamientos instintivos y de la expresión directa y brutal de las emociones y pasiones inmediatas, entre tantos otros (11). Promoción del elemento social-histórico al rol de elemento dominante, que explica también la posibilidad de pensar separadamente a lo social respecto de lo natural, estableciendo el espacio para la ulterior división entre las dos "culturas", la del ámbito de las ciencias "exactas", o "naturales", o "duras", y la de las ciencias sociales o humanas.

Estrategia de la ciencia experimental que, con sus diversas consecuencias, también va a reflejarse en el plano de la historiografía. Con lo cual, la segunda variante de los discursos históricos que se afirman a lo largo de esa primera etapa de la modernidad, va a ser la de una historia empirista y objetivista, que intentando reproducir en el ámbito de lo social a ese modelo propio de las mismas ciencias naturales experimentales, va a tratar de elaborar una historia también útil e instrumental, que apoyada en la crítica de las fuentes y en la criba rigurosa de los documentos escritos y los testimonios diversos, vaya estableciendo las verdades incontestables del acontecer histórico, verdades datadas finamente y ordenadas cronológicamente, que sometidas a la prueba de la crítica interna y externa de los documentos, puedan ser utilizadas para la reafirmación de los valores y la identidad nacionales, para la formación cívica de los ciudadanos y también para la justificación y legitimación de los poderes dominantes existentes.

Una historia objetiva y empirista que aproxima el trabajo del historiador a las tareas del juez --en la medida en que ambos, a partir de la confrontación, de la crítica y del trabajo sobre los testimonios, intentan establecer la verdad objetiva e irrefutable de los hechos (12)-- y que va a desembocar en la progresiva disolución de las antiguas historias legendarias, míticas y religiosas, historias que poco a poco van a ser completamente abandonadas en beneficio de esa historia "real", basada en verdades firmemente comprobadas y empíricamente establecidas.

Historia que al discriminar y separar las fuentes o los elementos literarios o de ficción, frente a las fuentes o elementos estrictamente históricos y "objetivos", va también a intentar superar el anacronismo histórico, prohibiendo la mixtura de elementos de diversas épocas y afirmando la vigencia absoluta, también dentro de la historia, de la nueva noción newtoniana del tiempo moderno burgués, tiempo de un sólo sentido, único, irreversible, continuo y progresivo que establece la precisa cronología, el orden, la sucesión y la progresión de los distintos acontecimientos, fenómenos, épocas y realidades históricos diversos (13).

Dos modelos entonces de elaboración de los discursos historiográficos correspondientes a esta primera etapa de vida de la modernidad, --que por lo demás, muy probablemente se reproducen en otros campos y dominios de la reflexión sobre lo social de estos mismos siglos XVII, XVIII y XIX--, que correspondiendo a su vez a dos de los fundamentos esenciales del proyecto mismo de la modernidad, van a acompañarla a lo largo de estos tres siglos que constituyen la rama ascendente de su específica curva de vida global.


Notas

(1) Al respecto, cfr. de Immanuel Wallerstein y otros, Abrir las ciencias sociales, Ed. Siglo XXI, México, 1996, y también Carlos Antonio Aguirre Rojas, Immanuel Wallerstein: Crítica del sistema-mundo capitalista, Ed. Era, México, 2003.
(2) Como ejemplos representativos de estas búsquedas véase Boaventura De Sousa Santos, Introducao a uma ciência posmoderna, Ed. Afrontamento, Porto, 1990, Um discurso sobre as ciencias, Ed. Afrontamento, Porto, 1990 y Toward a new common sense, Ed. Routledge, Nueva York, 1995, Pauline Rosenau, "Modern and post-modern science: some contrasts" en Review, vol. XV, num. 1, Winter 1992, Isabelle Stengers, L'invention des sciences modernes, Ed. La Découverte, Paris, 1993 y "Les 'nouvelles sciences', modèles ou défi?", en Review, vol. XV, num. 1, winter 1992, Immanuel Wallerstein, Impensar las ciencias sociales, Ed. Siglo XXI, México, 1998, "The Annales school: the war on two fronts" en Annales of Scholarship, I, 3, summer 1980, "The challenge of maturity: whiter social science?" en Review, vol. XV, num. 1, Winter 1992 y "History in search of science" en Review, vol. XIX, num. 1, Winter 1996, y Carlos Antonio Aguirre Rojas, "La larga duración: in illo tempore et nunc" en el libro Segundas Jornadas Braudelianas, Ed. Instituto Mora, México, 1995.
(3) Sobre este punto véase el libro ya clásico de Ilya Prigogine e Isabelle Stengers, La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia, Ed. Alianza editorial, Madrid, 1997. Tambien pueden verse, Ilya Prigogine, El fin de las certidumbres, Ed. Andres Bello, Santiago de Chile, 1996, Temps á devenir. À propos de l'histoire du temps, Ed. Fides, Quebec, 1994, y "The laws of chaos" en Review, vol. XIX, num. 1, winter 1996, Isabelle Stengers, L'invention des sciences modernes, op. cit., Wolf Lepenies, Las tres culturas, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1994 y Georges Balandier, El desorden, la teoría del caos y las ciencias sociales, Ed. Gedisa, Barcelona, 1993.
(4) Al respecto Marx es muy claro al afirmar en su obra El Capital, que "la era del capital data del siglo XVI". Coincidimos con esta posición, que es tambien la de Immanuel Wallerstein en su libro El moderno sistema mundial, Tomo I, Ed. Siglo XXI, México, 1979. Sobre este debate, véase tambien de Immanuel Wallerstein, "The West, the Capitalism and the Modern World-System" en Review, vol. XV, num. 4, fall 1992. Para una postura distinta, cfr. Fernand Braudel, Civilización material, economía y capitalismo. Siglos XV-XVIII, Ed. Alianza editorial, Madrid, 1984. Hemos tratado de explicitar esta postura braudeliana en Carlos Antonio Aguirre Rojas, Braudel y las ciencias humanas, Ed. Montesinos, Barcelona, 1996 y en "La vision braudelienne du capitalisme anterieur à la Revolution Industrielle" en Review, vol XXI, num. 1, winter 1999.
(5) Sobre este punto cfr. Fernand Braudel, "Expansion européenne et capitalisme (1450 - 1650)" en el libro Les ecrits de Fernand Braudel. Les ambitions de l'histoire, Editions de Fallois, Paris, 1997.
(6) Algo que Marx ha explicado claramente en varios de sus textos, por ejemplo en El Capital. Crítica de la economía política, 8 tomos, Ed. Siglo XXI, México, 1975 - 1981 o en sus Elementos fundamentales para la crítica de la economía política. Grundrisse, 3 volúmenes, Ed. Siglo XXI, México, 1971 - 1976. Véase también el libro de Immanuel Wallerstein, El capitalismo histórico, Ed. Siglo XXI, Madrid, 1988 y El moderno sistema mundial, tomo I, recién citado.
(7) Carácter antitético y limitado que ha sido muy agudamente captado por los autores de la Escuela de Frankfurt. A modo de simples ejemplos, cfr. el ensayo de Theodor Adorno, "Progreso" en el libro Consignas, Ed. Amorrortu editores, Buenos Aires, s.d. y el libro de Theodor Adorno y Max Horkheimer, Dialéctica del iluminismo, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1969.
(8) Una crítica radical a esa idea simplista del progreso puede verse en Walter Benjamin, "Tesis de filosofía de la historia", en el libro Discursos interrumpidos, Ed. Planeta - De Agostini, Barcelona, 1994.
(9) Quien mejor ha estudiado este problema y sus implicaciones es Jean-Paul Sartre, en su Crítica de la razón dialéctica, Ed. Losada, Buenos Aires, 1970. Véase tambien Carlos Antonio Aguirre Rojas, "Economía, escasez y sesgo productivista", en el Boletin de Antropología Americana, num. 21, México, 1990.
(10) Cfr. el libro de Ilya Prigogine e Isabelle Stengers, La nueva alianza, antes mencionado.
(11) Son pocos los autores que han teorizado sobre estas consecuencias principales de esa mutación de larga duración. Al respecto cfr. Norbert Elías, El proceso de la civilización, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1989, y Sobre el tiempo, Ed. Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1989, Lewis Mumford, Técnica y civilización, Ed. Alianza editorial, Madrid, 1982, Mircea Eliade, Lo sagrado y lo profano, Ed. Labor, Barcelona, 1992, Bolivar Echeverría, "Modernidad y capitalismo: quince tesis" en Review, vol. XIV, num. 4, fall, 1991, y Carlos Antonio Aguirre Rojas, "Between Marx and Braudel: making history, knowing history" en Review, vol. XV, num. 2, spring, 1992.
(12) Esta interesante línea de comparación ha sido desarrollada por Carlo Ginzburg, en varios de sus trabajos, por ejemplo en El juez y el historiador, Ed. Anaya-Muchnik, Barcelona, 1993, "Provas e possibilidades à margem de 'Il ritorno de Martin Guerre' de Natalie Zemon Davis", y "O inquisidor como antropologo: uma analogia e as suas implicaçoes", ambos en el libro A Micro-história e outros ensayos, Ed. DIFEL, Lisboa, 1991 y "Aristotele, la storia, la prova", en Quaderni Storici, num. 85, año 29, fascículo 1, abril de 1994.
(13) Para un interesante desarrollo de estos problemas, cfr. Reinhart Koselleck, Futuro Pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Ed. Paidos, Barcelona, 1993.


(*) Fragmento del libro del autor La historiografia en el siglo XX. Historia e historiadores entre 1848 y ¿2025? Barcelona. Montesinos, 2004, 204 p. Reproducido con permiso del autor.



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